jueves, 14 de marzo de 2013

Las lentejas de Lacan bajo el credo del Islam



(A raíz de este auge pontificio, comento en el muro de la amiga Teresa Perrone mis ganas de vivir alguna vez bajo un completo sistema republicano. Teresa, de onda, me advierte que hay repúblicas islamistas, feítas-feítas, y eso me lleva a recordar este ya lejano episodio):

Ay!, el Islam, Teresa. Hace muchos años atrás, estando yo con una amiga, me reencontré con un primo lejano que se había casado con la mejor amiga de la más tierna infancia de mi amiga (se entiende, no?). Para celebrar ambos reencuentros, los invité a los 3 a mi casa,  una semana más tarde, a cenar unas lentejas bien criollazas. Mi primo y su mujer me aclararon que ellos eran vegetarianos y que aceptaban las lentejas, pero sin chorizo colorado, sin panceta, sin pimentón, en fin…

La cosa es que durante el encuentro, nos contaron que, junto con estar culminando la carrera de Psicología, ambos eran aplicados estudiosos de Lacan, del cual leían la mismas 3 páginas desde hacía un año en un grupo “ad hoc”, intentando desentrañar su sentido más hondo. Ipso facto, nos dijeron que, además, los dos se habían pasado al Islam, y que ahora, luego de años de catolicismo en un caso, y de agnosticismo en el otro, eran devotos de Mahoma. Imaginate: quisimos saber cómo compaginaban el Islam con Lacan. Las explicaciones se sucedían pero no eran demasiado satisfactorias: eran, para que te des una idea, una lectura lacaniana del Islam y, en otros momentos, una lectura islamista de Lacan.

Mientras tanto, estos amigos tan eclécticos abandonaron las lentejas sanitas y comenzaron a dar cuenta de las lentejas hechas con panceta, chorizo colorado y la mar en coche. También se pasaron del agua mineral al vino, y vaya uno a saber si alguno de estos cambios fue el detonante de un cuasi cisma que se produjo en la pareja. Sucedió cuando la amiga de mi amiga dijo que ellos creían en las 4 verdades del Islam, y mi primo la reprendió con un brillo asesino en los ojos: “Las 5 verdades”, la corrigió, y pasó a enumerarlas. Fue un momento tenso, acaso por el abandono de la dieta vegetariana, tal vez por el seminario inconcluso de Lacan, o quizás por esas divergencias en la cantidad de verdades que caben en una fe. Luego, la cosa se recompuso entre ellos, e incluso se terminaron el vino y las lentejas buenas (o sea, las nuestras).

Nunca más volví a verlos. Y desde aquella infausta noche desconfío del Islam, de Lacan, y de los que se proclaman vegetarianos pero sucumben ante un plato de lentejas como las que me enseñó a hacer mi abuela.

(Addenda para el consejo de la amiga Teresa: temo que si se estableciera una república islámica argenta, no me dejarían comer lentejas y me harían estudiar a Lacan).

Carlos Semorile