domingo, 18 de marzo de 2018

La quinta


Comenzó como una idea de Moni que fue rápidamente secundada por Carlos, el otro Carlos. Se trata –se trataría- de alquilar una quinta para pasar el verano todos juntos, es decir la familia y los amigos, e inclusive amigos de amigos que podrían venir como invitados a pasar el día. En dicha quinta cada uno se acostaría y se levantaría a la hora que se le dé la gana, porque siempre habría otros que ya se habrían levantado antes, pasado por la panadería y preparado el opíparo desayuno.

En el silencio del verde parque, los “pajarillos” cantarían puntuales sus bucólicos trinos, mientras algunos conversan, otros leen y otros aún duermen, pero todo “pentagramado” de modo tal que a nadie le jodería el ruido a cacharros que viene de la cocina, o las habituales charlas a los gritos que suelen darse en los espacios abiertos entre aquel que decidió podar el césped y aquella que encendió la radio.

Tampoco habría roces entre gentes tan dispares en sus modos de ser y comportarse porque, gracias al Todo Generoso Dios de la Abundancia, habría de todo y para todos los gustos. El “Mito de la Heladera Siempre Llena” tiene la virtud de ni siquiera conjeturar los más que probables coletazos entre los que quieren escuchar jazz, los que adoran la cumbia o la salsa, y los que preferiríamos leer sin banda de sonido ambiente.

No sería razonable que nadie discuta por ninguna razón pudiendo ir hacia el refrigerador y servirse, y servir a los demás, un exquisito vino blanco, ya helado, acompañado de algún queso gourmet. Este ocurriría, supongamos, en horas cercanas al mediodía, mientras un parrillero solícito, a la vez experto y vocacional, ya vendría preparando el suculento asado que dejaría a todos en estado de pre-siesta.

Ese dulce “intermezzo”, obviamente, cada uno lo viviría según su leal saber y parecer: solo o acompañado, en una hamaca paraguaya colocada debajo de un árbol frondoso, en una lonita sobre el pasto, o “con la boca abierta al calor, como lagartos”, desde un colchón inflable en la pileta. ¿No les dije que la quinta tiene piscina? Se me pasó, pero no importa porque este es un sueño que opera por acumulación, y cada nueva versión supera a la anterior. ¿Faltaba hielo? Ahora hay…

Un hielito puede resultar indispensable al momento del vermouth, mientras se produce una espontánea reunión de co-inquilinos bajo la galería, desde la cual es posible observar el ocaso mientras suena el Bolero de Ravel. Luego, una ducha o un bañito reparador, o acaso una última pasada por la alberca. Ya debidamente refrescados, dan inicio las conversaciones más variadas, y también las más animadas y risueñas, mientras el crepitar del fuego anuncia que está por salir una preciada tanda de chorizos, mollejas y chinchulines. Tras la cena, algunos bailan, otros se retiran a sus aposentos, y los trasnochadores fuman y dejan vagar sus fantasías detrás del humo del tabaco.

Que es lo mismo que hacen Moni y el otro Carlos cada vez que nos juntamos y, pese a “los detractores”, vuelven a mejorar el fluido ensueño de “la quinta” mientras los incrédulos nos beneficiamos de su capacidad de imaginar un tiempo sagrado, lejos del peso de lo profano.


Carlos Semorile