viernes, 23 de marzo de 2018

Mientras todo parece demorarse…


Puede que acaso las cosas se estén acomodando, pero ¿no será demasiado optimismo? ¿Desde cuándo las cuestiones se acomodan solas y en el sentido que uno pretende? Y si así fuera: ¿para qué uno se fatigó al cuete en el pasado, se cansa tanto en el presente, y se agota de sólo pensar en el porvenir? “Los melones se acomodan en el carro”, dicen los cómodos, y esa frase deschava su vagancia. Yúgenla, guachos!

Sucede que estamos refaccionando “la casita” y nos preocupan tantas cosas que por momentos las soluciones generan nuevos problemas, y las dificultades no nos permiten ver por dónde pasan los enmiendes. ¿Lo sabrán los “expertos”? Hacemos una cita con un arquitecto jocoso que en el pasado me dio una mano para tirar una pared, y liberar un ambiente que venía encarajinado. La entrevista es un fracaso desde el inicio. Se lo comió “el personaje”, nos atiende de taquito, y da consejos insólitos: habla de una casa preciosa donde viven “unos gays divinos” que adoptaron unos críos, y empalmaron la terraza con la cocina.

Pero nuestras pretensiones son bastante más modestas y, tal vez por ello, más difíciles de encaminar. Volvemos rumiando nuestra decepción, harto más desencantados porque en la previa –vía correo electrónico- le habíamos detallado los temas a resolver e inclusive le enviamos fotos de cada uno de los espacios a ser “tratados”. Pese a lo dicho desde la heterodoxia, faltaba “el plano”, y aquí hubo un salto intransigente y sin retorno hacia la ortodoxia. Tal vez sea eso, o tal vez que ya no escucha.

Días más tarde, recalamos en un comercio que promociona “espacios logrados” y ahí nos encontramos con los oídos atentos de Alejandra, quien lejos de vendernos nada nos recomienda el asesoramiento de otra profesional. Llamamos a Victoria, hacemos una cita “in situ”, pero antes le enviamos las fotos de referencia y un escrito que, junto con algunas incertidumbres, le cuenta una “Breve historia de nuestra cocina”.  

Cuando la arquitecta llega a casa, se nota que “había escuchado” lo que dijimos en el texto. Eso no quiere decir que se ciña estrictamente a lo allí narrado y, dado que es docente de diseño, nos plantea una serie de variantes en las que ni habíamos pensado. “Ahora nos toca escuchar a nosotros”, nos decimos mientras vaciamos muebles, los probamos en distintas ubicaciones, quitamos cuadros y despejamos adornos.

¿Quién fue el que dijo que los melones se acomodan solos? Para cuando llega el correo con las propuestas de Victoria, ya hemos realizado varias pruebas con mucho de ensayo y error, pero nada comparable a los desafíos que surgen de sus esquemas. Estos nuevos quebraderos de cabeza nos insumen muchas energías, y nos ponen en la necesidad de tomar las decisiones fatales, esas que importan.

Nuestros desayunos, almuerzos, meriendas y cenas se asemejan a “reuniones de trabajo”, y cada nueva charla deja picando una idea que en el momento menos pensado reaparece en los labios del otro: “¿Te acordás que el otro día dijiste de poner el bargueño en la cocina?” Parte de todo eso, junto con las decisiones finalmente adoptadas, van a parar a un nuevo escrito: “Breve crónica de nuestros desvelos reformistas”.

Experta en estas desveladas, Victoria nos responde amorosamente y se compromete a mandarnos los presupuestos. Ansiosos, acomodamos ya de puro gusto los melones, mientras todo parece acelerarse.

Carlos Semorile