lunes, 8 de octubre de 2018

Imposibilidad del silencio

Título provisorio. Ejercicio 1


Leo. Entro en el libro sin dificultad. Estoy ahí. No sé cómo terminará esto. Escúchame. ¿Cuál es la parte que no entendés? Por la ventana, chicos salen de una escuela. Ahí les enseñan: el respeto del otro. –Te dije mil veces que hoy no puedo, boludo. Tenés que ir vos. Vuelvo al libro. “Todo trabajo científico es una autobiografía disfrazada”. Eso se lo tendré que contar a Carlos: por fin alguien se atreve. –A las cinco, pelotudo. A las cinco en punto, como todos los días, de lunes a viernes, desde hace tres años. Y un poco más atrás. –Revisar la lista de los clientes. Ni la mujer sentada a mi lado, ni el hombre atrás hablan con su acompañante. La mujer lo hace en directo con su celular. Lo que quiere decir que en algún lugar, en simultáneo, alguien es el destinatario, el boludo. El hombre, al que no veo, recurre a los mensajes que primero se graban y que luego alguien escucha. Estilo telegráfico. Cambio y fuera. “Pero no hagamos de este ejercicio una imposición: que cada quien, si así le viene en gana, recupere para sí mismo o para el destinatario que elija…”. –Alguna vez podrías ocuparte vos, ¿no? La miro. ¿Querés que te haga la lista de cosas que hago YO? Pongo en mi mirada todo lo que cabe en la palabra reproche. ¿Es realmente impostergable este diálogo? ¿Monólogo? ¿Es necesario que lo escuche? ¿Todos alrededor debemos escucharlo? –Repito, revisar la lista y compararla con la del año pasado. ¿Y qué pasa si adopto el método de Román y me pongo a leer en voz alta? “…algunos de los cuentos, de las rimas o las ilustraciones que hicieron del mundo un lugar más habitable”. Pero se nota que mi mirada no es muy amenazante. Pasa que las apariencias engañan porque yo estoy por cometer un acto irreparable. Estoy por romper mi libro en la cabeza de esta mujer por muy justa que sea, quizás, su causa. Y es que así no se puede. Sin embargo, en el bondi todos parecen poder. No se escucha ni un reproche. Busco la mirada cómplice de una lectora que, a lo lejos, levanta los ojos de su libro y se cruza unos pocos segundos con los míos. Nada. –Te lo dije, a las cinco. Reminiscencias. A las cinco en punto de la tarde.

Cándida