Hace algunas semanas se inició el programa “Un verano diferente”. Pensarlo, escribirlo, implementarlo fue una operación extraña que llevó algo así como un mes... Apenas más… Esto no hubiera sido posible sin una serie de situaciones anteriores que son el eje del programa y cuya palabra clave parece ser encuentro.
De muchos encuentros se nutre este proyecto. Encuentros previos a la pandemia, en algunos casos. Pero, también, y de manera significativa, encuentros sucedidos en pandemia, a través de propuestas que fueron surgiendo para sobrellevar momentos particularmente difíciles del aislamiento social preventivo y obligatorio. Lo que esas propuestas tenían en común, estuvieran coordinadas o no, era precisamente la voluntad de ir al encuentro del otro. Pero, por las circunstancias especiales que estábamos viviendo, eso no se podía realizar de la manera habitual. No se podía salir… ¿Entonces? Lo que salía no era la persona sino algo que era una cosa. Una cosa animada, una cosa llena de sentido, una cosa que siendo de verdad una cosa… tenía algo del alma de quien la ofrecía a los demás.
Así fue como desde su ventana (hoy llamada “Ventanarte”), la vecina Liliana ofreció un espacio para compartir (dibujos, cuentos, poemas, adivinanzas). No muy lejos, en paralelo, se desarrollaban otras experiencias. A veces lo que salía era una fotografía, un cuadro. Ventanas y balcones pasaron a ser escenarios posibles para presentar ahí, ante los ojos de cualquier persona que pasara, no solamente una obra sino esto otro. Lo que precede: la voluntad de compartir. No cualquier cosa. No lo que a uno le sobra sino más bien lo que se atesora, lo que se valora. Lo que se quiere. Ventanas y puertas se abrieron también para dejar pasar una canción, varias canciones, un libro, los libros.
Quienes nos íbamos encontrando al pasar, de
ventana en ventana, de puerta en puerta, de balcón a balcón, sabíamos que en
otros lugares del mundo, situaciones parecidas ya habían sucedido. No las
mismas, pero sí cercanas… afines… ¿quién no recuerda algún canto en un balcón
durante un confinamiento… o en situación de toque de queda? También nos íbamos conociendo de una manera diferente a la habitual. De pronto el qué piensa uno de esto o de lo otro pasó a ser secundario y prioritario el qué hacer. ¿Qué hacemos? ¿Qué queremos hacer?
“Un verano diferente” recoge algunas de estas experiencias y se enriquece con nuevos aportes. El conjunto me sugiere cierta insensatez cada día más digna de atención.
Paréntesis. Digo “insensatez” pero –una vez más es necesario aclararlo– no pienso en los cuidados debidos a la situación sanitaria: esos cuidados, los participantes los asumimos, son parte del quehacer diario y somos responsables de ellos. Me refiero a otras cosas, como puede ser la presencia, en calidad de talleristas, de docentes.
Varios talleristas son docentes. Sobresalen las mujeres y esas mujeres son, en algunos casos, madres de chicos pequeños... ¿Qué hacen aquí? ¿Qué hacen aquí después de haber vivido un año como este? Todos lo vivimos, pero nadie puede ignorar de qué manera los docentes se vieron enfrentados a situaciones críticas, de gran responsabilidad y con una carga de trabajo inusual. El proyecto arrancó el 21 de diciembre. Sin tregua. Entonces, ¿qué hacen aquí?
La pregunta vale para cada participante. Mujeres, hombres, de todas las edades (las talleristas más jóvenes tienen 29 años; el más grande pasó los 80 y a mucha honra). Entre unas y otros, hay una gran variedad de experiencias de vida y profesionales. Lo que parece unir a estas personas, convocarlas, por más cansancio que hayan acumulado, por más preocupaciones que puedan tener a puertas cerradas en sus casas, es –una vez más– la voluntad de compartir, la posibilidad de concretar encuentros y hacerlo desde una actividad que eligen libremente, según sus propios quehaceres y saberes. Pero hay más.
Una de las talleristas lo subrayaba hace unos días: la posibilidad de elegir, para el taller que tomaría a cargo, dentro de un amplio espectro, lo que más le gusta. Insistía en esta dimensión del placer. Y sin duda ese placer también se comunica a los chicos y chicas que concurren al taller. Esto se repite en otros talleres. Diría: en todos. Es un sentir generalizado. La estamos pasando bien. La estamos pasando bien compartiendo unos con otros. Con limitaciones. Con distancia. Con una infinidad de cuidados. Pero juntos, al fin y al cabo, reunidos en torno a algo que se parece al fuego.
También sería válida la imagen de la huerta. La tengo presente porque estamos buscando un escenario para el taller de huerta a realizarse próximamente.
Como se ha dicho en las páginas de difusión*, este proyecto incluye actividades culturales y recreativas, al aire libre y gratuitas. No es un detalle. Conscientes de la situación crítica de algunos trabajadores, especialmente en torno a las actividades culturales, este proyecto no fue pensado como alternativa para colaborar en ese rubro (que es un rubro crucial y lo sabemos) sino que se ubicó en un ámbito distinto. Más bien el de la ofrenda con un ojo puesto en los más chicos, sin dejar de lado a los más grandes.
No hay obligación de participar. Se trata de saber si alguien puede y quiere dar algo de su tiempo “libre”. En ese tiempo libre o liberado (va con dedicatoria) suceden entonces estas actividades que nos encuentran como participantes y colaboradores, sea cual sea el lugar que ocupemos. También son participantes y colaboradoras las familias que concurren.
En medio de estos quehaceres surgen amistades, relaciones inesperadas. Gestos de las familias, de sus hijas y de sus hijos, de una belleza sin fin. También palabras raras… casi un lenguaje… Palabras que parecen “claves”.
“No puedo hablarte, estoy en la ventana”. “La lluvia se llevó el poema”. “¿Y qué pasó con el 8 de la rayuela?”. “Ayer abrieron los girasoles”. “Yo puedo prestar mi vereda”. “Hoy canciones”. “Ojo con el sapo”.
En estos momentos, el proyecto cuenta con dieciséis talleristas. Unos treinta niños han circulado entre las diferentes actividades, de a grupitos de 6 o de 8, según los talleres. La mayoría de las actividades son en vereda. En esto, nos ayudan mucho algunas vecinas que nos prestan espacios aunque ellas no den talleres. Evitamos, cuando se puede, la plaza. Nos importa que los encuentros sean acotados. Cuidados. Pero cuidados en todos los sentidos. Con una mirada la más integral posible.
Porque entendemos que esto también es cuidarnos. Cuidarnos, regarnos unos a otros como si nosotros mismos fuéramos los plantines. Y como si lo que tuviera que crecer desde la vereda fuera la esperanza. La esperanza de la que también somos responsables.
AGC
* Junto con este blog, las actividades de “Un verano diferente” pueden ser consultadas en el facebook y el instagram de Vinculos vecinales