“Anteayer encontré, en el patio que me sirve aquí de bosque para mis paseos, una mariquita entumecida, posdata tardía del verano. La trasladé, naturalmente, al inmediato puesto de socorro –la ventana caliente de la cocina– pero ignoro qué habrá sido de ella. Ayer encontré también, en el mismo patio, una plumita gris-perla, minúscula y suave, que mis reducidos conocimientos de ornitología me hicieron atribuir a un pichón. El pequeño Bendel podría afirmar con más seguridad quién dejó caer al patio, para mí, esta tarjeta anónima de visita. Quería enviarle la plumita metida en esta carta, a título de “documento humano” de nuestra época inhumana; al volver de paseo, la traje con todo cuidado a la celda, y he aquí que se me ha perdido. Bendel se asombrará probablemente de que se pueda perder nada en una celda que mide siete pasos, de los míos, por cuatro. ¡Ah, mi buen Bendel! En una celda tan pequeñita, puede llegar a perderse hasta un objeto muy grande; así me aconteció a mí por ejemplo, cierta vez, con mi paciencia. Era un día melancólico y lluvioso en que no me cansaba de dar vueltas y más vueltas a mi celda, intentando en vano capturar a la fugitiva. En aquel momento llegó una luminosa carta de Friedenau, e inmediatamente apareció lo que andaba buscando: la pícara paciencia estaba allí, cerquita, debajo de la mesa, enfurruñada (…)”.
Zwickau, septiembre 1904
Rosa Luxemburgo, Cartas de la prisión