viernes, 28 de abril de 2017

Elogio de las islas

1
 
Navegando
en miserables sentinas
o aferrado a restos de sus naufragios,
esperando un latido,
un resplandor
escondido en la niebla
encalló al fin contra una isla,
airoso y triste,
"sin esperanza y sin miedo"
como enseña el cruel blindaje del dolor.
Islas,
amadas islas
en medio de nada
que acogen sin preguntar
ofrendan sin nada pedir
en el justo instante.
Dan de beber,
abrigan de paz,
silencios y rumores
venidos del tiempo.
Besar
su cuerpo
con gratitud.

 
2
 
Cansado ya de amores superficiales
-platónicos u otros-
desamores,
sospechosas transacciones,
olvidos
y otros vericuetos del alma humana,
ancló en íntima, 
necesariamente solitaria isla.
Viaja en ella, con ella,
en cualquier momento del día
o de la noche. Le habla y ella responde,
estudia sus silencios sin impedir
los ruidos de la furia que lo rodea.
Es su vocación primera recibir al náufrago,
contenerlo, abrigarlo, darle de beber,
asegurarle su espacio, obligarlo a que la habite
y de ese modo comience a oírse
a entender que isla no es prisión
si no límite que fortalece el alma,
isla es espejo sin imagen
en el momento de mirar hacia adentro.
De lo que vea dependerá
si quiere huir una vez más,
inconstante una vez más,
hacia el próximo naufragio.
O comprender que está
simplemente despojado,            
ya,
de mezquindades, miedos, opresiones,
maldades, tristezas, 
y abierto
ya,
a la caricia de la brisa
o el frío de la madrugada
y al sol implacable de bondad.
Reparar  y, sobre todo 
renacer, ser parte
todos los días, 
de lo que haya qué.



El Profe