domingo, 5 de agosto de 2018

Quiero, luego puedo


De ninguna manera lo que sigue nos va a consolar por la tragedia que acaba de producirse en la escuela 49 de Moreno, provincia de Buenos Aires. No es la intención. Tampoco equivale a retirar al gobierno, a los funcionarios implicados, su responsabilidad. La tragedia de Moreno* encuentra su origen en una política pública cuyo leitmotiv parece ser el abandono y quizás el exterminio. En todos los sentidos: “que revienten los pobres”, “exterminar a los pobres”. No la pobreza. No estamos escasos de pensadores, ni en este país ni en otros, que insisten a contra-corriente de los “nuevos tiempos” sobre el rol del Estado, sobre lo que es lo público, sobre qué tareas le corresponden a quién y a qué estructuras en función del “bien de todos”. Una noción que suena hoy algo surrealista, anacrónica, prácticamente una expresión de ficción, como años atrás “marcianos” o “platillo volador”. Pero sin perder de vista este escenario del conflicto, donde lo público es lo público, y donde existen responsabilidades precisas*, hoy no asumidas por quienes fueron mandatados con ese fin y no otro, cabe prestar atención a ciertos espacios donde suceden cosas que –a término– pueden dar lugar a otra manera de entender lo que es político y el rol de cada uno en ese ámbito que no está nunca dado de antemano ni de una vez por todas.

En el año 2017, en Buenos Aires, se generó un amplio movimiento de denuncia y rechazo ante una propuesta de reforma educativa llamada “Secundaria del Futuro”. Entre los cambios considerados, el quinto año estaría en parte dedicado a realizar pasantías y trabajos en empresas. Publicitada en términos de mejoría, poniendo en relieve lo que sería una primera experiencia laboral para los estudiantes, la reforma fue interpretada por amplios sectores de la comunidad educativa como un ataque a la formación de los chicos, con vistas a generar mano de obra barata para las empresas. En ese contexto hubo tomas en las escuelas secundarias porteñas. Las tomas dieron lugar a asambleas donde cada escuela analizó en detalle los contenidos de la reforma y sus implicaciones. Ese fue el escenario central, por así decirlo, de la disputa. 

En paralelo, en una de las escuelas tomadas, donde también se organizaron asambleas y se discutió la reforma, un grupo de estudiantes decidió aprovechar el tiempo de la toma para -además- hacer otra cosa. Para refaccionarla. La escuela en cuestión era la escuela técnica Fernando Fader. Ubicada en el barrio de Flores, la escuela brinda formación en tres especialidades: diseño de interiores, diseño publicitario y artesanías aplicadas. Se trata de un edificio muy antiguo, una vieja casona como aquellas que nombre Arlt en una de sus aguafuertes. En repetidas ocasiones, desde el Fader se hicieron los correspondientes pedidos por las malas condiciones edilicias. Estos pedidos no fueron atendidos. Los chicos pusieron entonces sus propios conocimientos al servicio de esa tarea. 

Uno de los llamados que circularon en esos días fue este: “Necesitamos ayuda en el aula 1. Gente que lije, pinte, pase enduido, barra, sirva mates, todo sirve” (18/09/2017).

Durante un mes, los chicos trabajaron. Estas son algunas imágenes del proceso.  


En este caso se pudo. Bien por los chicos. Bien por sus maestros. La experiencia da cuenta de una variedad de aprendizajes, empezando por los técnicos, los manuales, las habilidades de los participantes, pero también y de manera decisiva, los que dicen relación con cómo nos paramos en el mundo, cómo proyectamos los saberes, cómo las personas se hacen cargo de la parte que les corresponde o que no les corresponde pero haciéndola de todas formas porque han descubierto sus capacidades. Las de cada uno por separado y las de unos con otros. Las capacidades que se desarrollan plenamente, logrando una transformación significativa, en el trabajo conjunto. 

Una vez finalizada la toma, los jóvenes mandaron otro mensaje: “Primer día de clases en el Fader después de la toma, a arrancar con todo que la lucha se da tanto fuera como dentro de las aulas”.

Dentro de las personas también. ¿Cómo será descubrir de pronto que uno, que pensaba depender de tal o cual institución para tareas consideradas de suma importancia, puede hacerlas? No solo. Con otros. ¿Qué no siempre es preciso delegar? Que es necesario, en determinadas situaciones, cambiar la perspectiva, no obnubilarse con la línea vertical que nos lleva a permanecer bajo dependencia de los poderosos, para experimentar otras dimensiones, otras modalidades de lo que puede cada cual, en línea horizontal y codo a codo. No ya el Poder, en mayúscula, rotundo, hegemónico, sino algo que sería más bien plural: los poderes. Las capacidades de trasformación de las que todos disponemos y que no siempre visualizamos.

Imposible no volver a pensar en esa reflexión que hizo una vez Paulo Freire en un programa televisivo: “La única manera de aumentar el mínimo de poder es usar el mínimo de poder. Vamos a admitir que tú tienes solamente un metro de espacio, si no lo ocupas, el poder mayor te ocupa ese metro”.

Ese espacio es sin duda el espacio físico en el que hacemos lo que hacemos. Pero es también un espacio interior. Ese espacio reservado donde cada cual toma las decisiones que más importan. Siguiendo su propia lógica que ciertos días, en ciertos barrios, como en Flores, puede expresarse así: quiero, luego puedo.  


AGC



* El 2 de agosto de 2018 se produjo una explosión de gas en la escuela primaria n°49 de Moreno. Murieron dos personas, la vicedirectora Sandra Calamano y al auxiliar Rubén Rodríguez. El problema en las instalaciones de gas fue señalado en repetidas ocasiones por las autoridades escolares con el fin de obtener una intervención acorde a la gravedad de la situación. Pedido que no fue atendido. Sobre estos intentos fallidos de lograr una intervención Cf.  AQUI