Coraje es lo que ella tuvo. Aunque ella lo contaría distinto y diría que eso
se llama indignación. Sucedió el año 93. El 11 de septiembre de 1993. Por la
mañana. Todo fue rápido, abrupto, sin esperas.
Primero, en Alameda, la concentración. Luego el arranque. Apenas unos pasos. De pronto, nada. No se avanza. Será que una vez más alguien apagó la llama de la libertad. O será que a esa hora ya está vallada la zona y no es posible pasar por Morandé. ¿Qué les cuesta? ¿A qué le temen? ¿Temen? ¿Es una demostración de poder? El poder de cortar caminos, de otorgar espacios, tú aquí, tú allá. No insistan parecen decir las vallas: por esta calle, no. Pero sí. Hay que puro empujar. Saltar las vallas. Nada de eso se ve. La masa es compacta. Avanza, retrocede. Vuelve a avanzar. Ella sabe lo que viene después. Elige ubicarse a un costado. Camina a contramano. La sigo. Hay piedras en el camino y hay una obra en construcción. En la pared improvisada con tablones de madera se lee un papelógrafo de la Chacón sobre la necesidad de una nueva constitución. Son los obreros de esa construcción los que lanzan las piedras. Piedras que van a parar a las manos, a los bolsos, a las carteras de los que pasan por ahí y sin mediar palabra porque ciertos gestos no se explican, se repiten. Ya está. Ruidos. Gases. La masa se dispersa. Se corre. Una micro se detiene en toda la esquina. Subimos. Una piedra equivoca el rumbo y rompe un vidrio. Bullicio. Una mujer muy delgada, de muchos años, va sentada, lleva un limón en la mano derecha. Ella le habla, le avisa, quizás pide permiso, la abraza cubriéndole la cabeza. Otra vez, vidrios rotos. El chófer arranca, intenta salir del sector, sigue su recorrido durante unos minutos y al rato frena. Encara a los pasajeros. Que los que quieran seguir con el recorrido se bajen y esperen otra micro porque esta micro… esta micro se va para el cementerio. Aplauso general. Muy pocos bajan. Casi no se puede respirar pero hay alegría. Finalmente, se llega a destino. Los homenajes. Los recuerdos. El silencio. El silencio. El silencio. Para luego emprender la caminata. Esa larga caminata que va del cementerio hasta el centro, del cementerio hasta el corazón de la ciudad. No a la casa después del deber cumplido. Al centro, al corazón, porque eso es cumplir con el deber y porque no es lo mismo homenajear a los muertos que estar muertos. No estamos muertos. No nos quedamos en el cementerio. Salimos. Seguimos caminando. Y no se habla pero se siente en el cuerpo que ese es el sentido correcto. Hasta que otra vez el palacio de gobierno. La Plaza de la Constitución. Moneda con Morandé. Nuevamente las vallas. Ella está ahí. Se abre paso. Y también están ellos. Un grupo que recién ha llegado custodiado por Carabineros de Chile. Militantes pero custodiados, miembros de la coalición de gobierno. Se les permite pasar. Ingresan y depositan una ofrenda floral. Morandé 80. Alrededor los que observan la escena ya no forcejean. Acompañan. “Se siente, se siente Allende está presente”. “Compañeros detenidos desaparecidos”. “Presentes”. Todo con punto de exclamación y hasta la victoria siempre. Y es entonces que ella también levanta la voz. Increpa a los de la ofrenda. Compañeros. Compañeros, ¿no les da vergüenza? ¡No les da vergüenza! Con qué derecho hacen su homenaje unos cuantos. Dice. Con qué derecho se apoderan de las calles y le quitan al pueblo su propio derecho de homenajear a sus muertos, siendo que ese pueblo es el que estuvo en las calles, y a pedradas limpias, contra los balazos, en las ollas populares, contra los balazos, con qué derecho esos cuantos aceptan las vallas para llevar sus miserables flores. Dice. Sus miserables flores.
Estas y otras palabras iban saliendo de su boca y caían por todas partes pero alrededor todo era sorpresa y emoción y equivocación. Que no será para tanto señora, que no se me enoje, no ve que “se siente, se siente”…
Cosa notable, ella dijo compañeros, siendo que esos nunca fueron sus compañeros. Pero sí lo fueron de otros que ella amó. Otra cosa notable, siendo que ese día ella tuvo ese coraje, o esa indignación, o quizás la indignación sea fruto del coraje que ya se tiene, del coraje con el que se vive, todas las veces que no estamos muertos, ella no lo contó. Por la tarde y en los días siguientes no lo contó. Nunca lo contó.
Ana