La lluvia no se llevó todo... dejó huellitas |
Cuando todavía no se podían hacer salidas recreativas con los niños, ni tampoco otras actividades que también estaban restringidas, cada vez que iba a llevar o bajar la ropa de la terraza me encontraba con alguna novedad: un vecino saltando a la soga, una joven pareja conversando y fumando, acodados ambos a una especie de baranda con vistas a la calle mientras su hija pedaleaba en su triciclo, y hasta un señor muy mayor leyendo absorto, sentado sobre un balde dado vuelta.
En esa gran terraza de este edificio
gigante, volvimos a cruzarnos con Lara y su mamá, después de días y días sin
vernos. Desde hace un tiempo, ellas son nuestras vecinas de piso. La mamá es
una gran conversadora y eso facilita mucho el acercamiento porque, además, su
cariño es espontáneo de una manera física y también verbal. Y Lara, su niña de
tres años, que es muy bonita y graciosa, tiene –escorpianita al fin– una zona
de reserva que no negocia en sus tratos con los demás.
No es que desconozca la simpatía que
provoca con sus risas y sus rulos, pero no es esclava de los mohínes y mantiene
la soberanía sobre el fondo más genuino de su carácter. Está claro que sus
padres no la solicitan desde ese lugar que tanto podría complacerlos: el de
tener una hija, entre comillas, fascinante. Por lo tanto, Lara ingresa y sale
de los encuentros con la misma naturalidad con la que entra en confianza.
Ha venido a jugar a casa y nos ha
invitado a conocer la suya, y también nos ha dejado de garpe cuando andaba en otra y no le apetecía vernos. Toca la
bocina de su triciclo y le respondemos con las de nuestras bicis: en el gran pasillo,
la hemos paseado metida adentro de una caja de manzanas, jugamos a la pelota
con un globo, o a las carreritas, siempre riéndonos todos como niños. A veces,
imperativa, ha golpeado nuestra puerta para dejarnos unos dibujos suyos de
regalo.
Cuando se impuso el aislamiento,
extremamos los cuidados en especial con ella que, siendo tan niña, podía no
comprender la falta de un beso o un abrazo. ¡Qué va! Lara es muy inteligente, y
en los pisos y las paredes de la terraza nos dibujó unas flores preciosas como
ella, con los colores de los abrazos, y la ternura de su gracia y su alegría.
Carlos Semorile