Una de las cosas más lindas
de recibir a los amigos, son los rituales que cumplimos con puntilloso placer.
Mientras Amore amasa fideos y panes –amén de preparar algún postre-, me ocupo
de adecentar la sala y el cuarto, y de ir poniendo musiquitas que nos gustan y
que hace tiempo no escuchamos. Luego, preparo la salsa y me entero que una
amiga se suma al encuentro. Es casi una metáfora: con más ingredientes, la vaina
se pone más sabrosa.
El que llega primero se
gana un rato de charla a solas, de puesta al día entre tantos amagues de
tomarnos un café que no llegamos a concretar. La plática se pone sabrosa de
entrada nomás, o serán las ganas que teníamos de vernos, lo mismo da. En el lapso
de ausencia, nuestra sobrina ha pegado un estirón de esos que amedrentan, pero
todavía es una niña que gusta de cocinar con su tía, y de estar al tanto de lo
que conversamos con su padre.
El portero eléctrico no
funciona, y bajo a ciegas a buscar a una amiga. El “palier” es un amasijo de
amistosos besos y abrazos, y la veo allá atrás, como esperando en un
preembarque. Unos pocos pisos de ascensor y ya estoy encantado con las
novedades que me cuenta, y que más tarde repetirá en la mesa ampliada. No
termina de acomodarse que viene llegando el último malón, relatando entre risas
y fastidios los motivos de su involuntario retraso.
Con ellos llegaron también
las tartas de nuestro chef preferido y, aunque hay una cierta vacilación y
demoran un toque en acomodarse, ya entramos en ese fragorcillo de que a éste le
falta un tenedor y de que fulana necesita una copa. Comienzan a escucharse
cosas como “Che, qué bueno que está ésto”, o “¿No habías probado este tinto?”, pero sobre
todo hay risas que vibran en la mesa. Hay chanzas, y aún mejores retrucos. Es
un hecho: la reunión está en marcha.
Se conversan las cosas de
todos los días, y las de los días excepcionales, que son todos. Pasan las
tartas, llegan los fideos –cada quien pasa con su platito por la cocina a
elegir tuco o salsa cremosa con verdeo-, y hay nuevos ires y venires porque los
adolescentes repiten tarta. Ambos están en la mesa de la niñez, donde los dedos
se mueven raudos por las teclas, entre ellos o contra otros, hábito que
–afortunadamente- esta noche los adultos no copian.
Hay buena sintonía entre
amigas y amigos que apenas se conocen entre sí, y nosotros lo celebramos porque
promovemos el mestizaje. Se menciona a una amiga virtual que ha tenido un
romance en la vida real con nuestro galán, pero sobre todo se habla de los
hijos y, asimismo, se habla del futuro, que todos percibimos en peligro. No
esta noche, claro, en que conjuramos las acechanzas como una tribu que relata
sus cosas y dialoga en torno al fuego.
Mañana es día laborable y
la horda se dispersa un tantico temprano, cuando todavía quedan provisiones
para rato. Hay abrazos, y promesas de un pronto reencuentro con las estrellas
como testigos. Gracias a Dios, no hubo fotos. Y si alguna memoria queda será en
los cuores, donde los recuerdos no pixelan.
Carlos Semorile