miércoles, 11 de julio de 2012

Nuestra común ignorancia



“Todos sabemos algo”. Por lo menos un cachito. Cada cual en su rubro, en su oficio, en su ocupación. Nadie parece escapar a esta afirmación que de un tiempo a esta parte anda circulando por las aulas argentinas.

“Todos sabemos algo”.

Ojalá la frase se expanda, tenga un largo camino, atraviese ríos, llanuras, pampas, cordilleras, bosques y selvas. Que no se limite a ciertas aulas de las escuelas públicas de la ciudad de Buenos Aires.

Mientras esperamos una entrevista con Gabriela Reche (maestra jardinera) que evoca en algún punto estos temas, se puede recalcar la importancia de esta afirmación de algunos maestros porque incluye una forma de generosidad.  Una propuesta, una invitación a no discriminar entre mi (tipo de) saber y el (tipo de) saber del otro.

“Todos sabemos algo”.

En cierta medida, la afirmación conlleva otra menos evidente. Si todos sabemos algo debe ser cierto también que nadie sabe todo sobre todo. Y esto es una buena noticia porque nos iguala en una común ignorancia. Quizás, si fuéramos capaces de tomar la exacta medida de nuestros pocos[1] saberes y de nuestra bochornosa[2] ignorancia sería más fácil dialogar. Con otras perspectivas. En definitiva, siempre se trata de mover las fronteras. Las internas. Las que más cuesta traspasar. Más allá de las dificultades a las que nos enfrentamos a diario –las personas normalmente constituidas, es decir más a menudo injustas que justas– en nuestros diálogos con quienes piensan diferente –lo que puede llegar a incluir al resto de la humanidad–, tengo en mente otra cosa: la posibilidad de seguir conociendo. 

Así, junto con recomendar la lectura de un viejo maestro  llamado Jacotot, el “Maestro Ignorante”, y de uno menos viejo llamado Rancière, que lo estudió al primero, quisiera compartir una suerte de ilusión: la posibilidad de aprender de quienes no tienen patente de sabios, de quienes a menudo han sido (des)calificados como ignorantes. A veces son ellos los que caminan, caminan, caminan, con la esperanza de que se abran las puertas de las grandes ciudades. 


Antonia


[1] En la medida en que todo saber resulta poco en relación a un universo amplio. O sea, teniendo en cuenta, aunque sea una banalidad, que todo es relativo.
[2] Por mucho que algunos estén patentado sabios y/o cultos, esa "patente" siempre será a su vez relativa ante la diversidad de los saberes posibles.