La casa Follert
existe en Osorno, así como se ve en la fotografía, desde que tengo uso de
razón. Es parte de la memoria visual y afectiva de la ciudad. Es inevitable
pasar por ahí sin fantasear acerca de su interior en un periodo esplendoroso,
con lámparas de lágrima, una larguísima mesa de comedor y un mobiliario
victoriano.
Yo la imaginé
siempre con una hermosa sala para clases de piano. Otro salón vacío con piso de
parqué y un inmenso espejo para ensayar danza. Alguna habitación luminosa –quizás
el torreón- con sillas, atriles y olor a témpera. El segundo piso transformado
en biblioteca. Algún rincón –quizás donde hubiera una chimenea- para reunirse a
intercambiar técnicas de tejido. Los cimientos de una riqueza personal pasada
albergando ahora espacios para aprendizaje y esparcimiento a disposición de una
comunidad.
La propiedad se
encuentra hoy deshabitada y presenta una situación legal algo engorrosa: el
inmueble pertenece a particulares y el terreno a una empresa. Un contrato complejo
que no ha permitido llegar a ninguna resolución. La municipalidad tuvo hace
varios años intenciones de comprar con el objeto de instalar ahí un centro cultural
de artes y oficios, pero finalmente la iniciativa no pudo concretarse. Y es así
como esta magnífica construcción se cae a pedazos en la incertidumbre.
La ocurrencia de
rescatarla para un fin colectivo me inspira a la idea de un universo en el cual
niños, jóvenes, trabajadores, pudieran tener acceso a la cultura y la
entretención compartidas en una morada querida por todos, que los identifica como
ciudadanos de esa localidad en particular. Pero es difícil proyectar cuánto más
resistirán vigas y dinteles. Muros manchados, filtraciones, puertas desencajadas,
tablas torcidas y el completo deterioro generado por la implacable humedad de
ese clima no dan mucha esperanza. Quiero insistir en la ilusión que me provoca
la imagen de salvarla para iluminar la jornada de quien cruce su umbral. Que
persista el afán que sea y que el
desplome, de algún modo, nunca sea el final de una historia.
Valeria Matus