Hace unos días llegó a mis
manos un libro con ese nombre. Se trata de una suerte de manual (tal vez
“manual” no sea la palabra adecuada), para estimular a que los niños lean y
conversen sobre libros en las aulas. Los maestros van guiando esa experiencia
compartida, pero dejando en claro desde el vamos que no hay respuestas
correctas o lecturas incorrectas. El autor de “Dime” es el inglés Aidan Chambers,
quien de niño tuvo dificultades para aprender a leer.
Mientras leía “Dime” no
dejaba de pensar en las compañeras y compañeros de “Nuestro Querer”, como si
fuésemos nosotros esas niñas y niños que se cuentan los descubrimientos que han
hecho leyendo, qué cosas han visto, qué asuntos desconocen, ya sea de la trama
o de los personajes. Y también, por qué no, qué aspectos les provocan desagrado
o rechazo. Como dice Chambers, los niños son lectores tan exigentes –o aún más–
como los adultos.
Luego de la lectura, cuando
debí escribir estas mismas cosas (u otras similares), un pudor infantil me
impidió hacerlo: tal vez, pensé, mis impresiones eran exageradas y no podían resultar
de interés para nadie. “Dime”, no el libro sino el artículo, quedó a la espera
de una ocasión propicia. Y ese permiso llegó hoy a través de la exhortación de
Antonia al compartir el escrito de Cándida: “Hagan algo. Escriban”. Como si
dijera: “Compartan sus no verdades”.
La mía se resume en una
palabra: sortilegio. De ninguna manera digo que la literatura sea
encantamiento, hechizo o magia, pero la lectura sí lo es. Un sortilegio que puede
compartirse, a veces plenamente y a veces por fragmentos, pero que no es
transferible desde las páginas de un libro a la figura del demiurgo/escritor. De
ninguna manera le diría “dime” a escritores que admiro como tales, y en cambio
siempre le pediría “dime” a lectores fascinados.
Entre esos escritores que
uno leyó con deleite está John Irving, sobre todo por algunas historias suyas
en donde la comedia devenía en tragedia, y por la espesura de algunos
personajes que parecían traspasar la letra y corporizarse. Luego, cuando el
escritor devino en personaje, el mecanismo comedia-tragedia dejó ver sus hilos
y ya no hubo sortilegio, al menos para mí. Sin embargo, siempre recuerdo como
algo precioso este diálogo de “Oración por Owen”:
“-Quiero seguir
siendo estudiante -le dije-. Quiero ser maestro. Sólo soy un
"lector".
-NO LO DIGAS COMO
SI TE AVERGONZARA -dijo Owen Meany-. LEER ES UN DON.
-Lo aprendí de ti.
-NO IMPORTA DONDE LO APRENDISTE... ES UN DON…”
Las mayúsculas son de
Irving, pero las suscribo hoy del mismo modo en que hace años transcribí la
cita. Leer es, ciertamente, un don, y como tal debe ser cultivado y transmitido
para seguir formando lectores. No interesa el divismo de los escritores.
Interesan esos lectores a los que vale la pena pedirles “dime”.
Carlos Semorile