jueves, 3 de agosto de 2017

Dime



Hace unos días llegó a mis manos un libro con ese nombre. Se trata de una suerte de manual (tal vez “manual” no sea la palabra adecuada), para estimular a que los niños lean y conversen sobre libros en las aulas. Los maestros van guiando esa experiencia compartida, pero dejando en claro desde el vamos que no hay respuestas correctas o lecturas incorrectas. El autor de “Dime” es el inglés Aidan Chambers, quien de niño tuvo dificultades para aprender a leer.

Mientras leía “Dime” no dejaba de pensar en las compañeras y compañeros de “Nuestro Querer”, como si fuésemos nosotros esas niñas y niños que se cuentan los descubrimientos que han hecho leyendo, qué cosas han visto, qué asuntos desconocen, ya sea de la trama o de los personajes. Y también, por qué no, qué aspectos les provocan desagrado o rechazo. Como dice Chambers, los niños son lectores tan exigentes –o aún más– como los adultos.

Luego de la lectura, cuando debí escribir estas mismas cosas (u otras similares), un pudor infantil me impidió hacerlo: tal vez, pensé, mis impresiones eran exageradas y no podían resultar de interés para nadie. “Dime”, no el libro sino el artículo, quedó a la espera de una ocasión propicia. Y ese permiso llegó hoy a través de la exhortación de Antonia al compartir el escrito de Cándida: “Hagan algo. Escriban”. Como si dijera: “Compartan sus no verdades”.

La mía se resume en una palabra: sortilegio. De ninguna manera digo que la literatura sea encantamiento, hechizo o magia, pero la lectura sí lo es. Un sortilegio que puede compartirse, a veces plenamente y a veces por fragmentos, pero que no es transferible desde las páginas de un libro a la figura del demiurgo/escritor. De ninguna manera le diría “dime” a escritores que admiro como tales, y en cambio siempre le pediría “dime” a lectores fascinados.

Entre esos escritores que uno leyó con deleite está John Irving, sobre todo por algunas historias suyas en donde la comedia devenía en tragedia, y por la espesura de algunos personajes que parecían traspasar la letra y corporizarse. Luego, cuando el escritor devino en personaje, el mecanismo comedia-tragedia dejó ver sus hilos y ya no hubo sortilegio, al menos para mí. Sin embargo, siempre recuerdo como algo precioso este diálogo de “Oración por Owen”:

“-Quiero seguir siendo estudiante -le dije-. Quiero ser maestro. Sólo soy un "lector".
-NO LO DIGAS COMO SI TE AVERGONZARA -dijo Owen Meany-. LEER ES UN DON.
-Lo aprendí de ti.
-NO IMPORTA DONDE LO APRENDISTE... ES UN DON…”

Las mayúsculas son de Irving, pero las suscribo hoy del mismo modo en que hace años transcribí la cita. Leer es, ciertamente, un don, y como tal debe ser cultivado y transmitido para seguir formando lectores. No interesa el divismo de los escritores. Interesan esos lectores a los que vale la pena pedirles “dime”.

Carlos Semorile