martes, 8 de agosto de 2017

Levantarse y andar




“Si hubiéramos sabido que la ocupación duraría cinco años, tal vez todos nos habríamos suicidado. Pensábamos que aquello terminaría en una semana… seis meses… un año… Así es como conseguimos sobrevivir” contó en una entrevista la actriz Audrey Hepburn, refiriéndose a su adolescencia en Holanda durante la II Guerra Mundial.

“Uno necesita un motivo por el cual levantarse en las mañanas. E ir a la oficina no es precisamente el  motivo” me dijo hace un tiempo una persona. Aunque despertarse para ir a trabajar es lo que se acaba haciendo, no es la razón por la cual se quiere estar vivo. ¿Por qué se levantaba la gente durante la guerra? Sólo iban a tener penurias, hambre, pérdidas, muertes. Se levantaba porque tenía esperanza.

Si hiciéramos esa pregunta hoy, puedo imaginar ciertas respuestas. Quienes tienen familia dirán que lo hacen por sus hijos o para construir un hogar, o bien por un proyecto profesional. Aunque en la práctica, estas nobles iniciativas han terminado en una precaria sobrevivencia para mantener un salario y pagar las deudas.  Otros, en particular quienes permanecen solteros, dirán que su objetivo es viajar, lo que suena muy bien (¿a quién no le gustaría recorrer el mundo?). Visitar otros lugares siempre es enriquecedor, salvo que se haga con el único fin de tener la oportunidad, algunos días en el año que sea, de mirar algo distinto a la pared del frente.

Víctor Jara compuso una canción maravillosa que se llama “Cuando voy al trabajo”. Trata de un hombre que narra su recorrido de un día cualquiera de la semana, mientras piensa en lo que le importa: su compañera, los amigos, estar vivo. Intuye que el fin no será feliz, pero sigue adelante. No se levanta porque debe cumplir una jornada. Se levanta porque está “laborando el comienzo de una historia”. Para levantarse, hay que querer andar. Hay que saber hacia dónde se quiere ir. Y no me refiero a un lugar físico. Si no, ¿hacia qué existencia ir? ¿Con quiénes? ¿Cómo?


Valeria Matus