domingo, 6 de agosto de 2017

Girls don't cry





Cenicienta tiene plena conciencia del lugar que ocupa en la sociedad: ninguno. Por ello sabe que no hay manera alguna que se le permita ir al baile. Sabe también que si la descubren en harapos, hay altísimas probabilidades que se la considere una embustera. Entonces, cuando se cumple la hora, hace lo que cualquier persona con dos dedos de frente haría ante un peligro: corre. 

Cenicienta no es princesa. Cenicienta es, digámoslo francamente, una esclava. Blanca Nieves es una huérfana acosada y maltratada por una madrastra envidiosa.  La mujer de Barba Azul sospecha desde un principio que su marido esconde algo terrible. Piel de Asno soporta todas las crueldades y persecuciones al huir de su padre quien quiere “casarse con ella” y lo coloco entre comillas porque quienes hemos leído la historia sabemos que lo que el hombre realmente desea es una violación incestuosa. 

Las intérpretes de estas narraciones son muchachas en  situaciones de desasosiego que han existido siempre. En la mejor de las apologías, “Psicoanálisis de los cuentos de hada”, Bruno Bettelheim indica que la finalidad de este género del folklore (por muchos siglos, los cuentos fueron contados, pues se escribieron recién bajo la Ilustración) es transmitir el dolor de los niños, pero también enseñarles a imaginar cómo superar las dificultades a las que se enfrentan. Descifra sus miedos: el abandono,  el maltrato. No intentan ocultarles lo que saben que existe: la violencia, la injusticia, la maldad. Pero también les muestra que la virtud y el coraje son herramientas posibles y que de alguna manera vencerán al sufrimiento.

Puede que comparta esta teoría por el hecho que leí las versiones originales de estos relatos. Sí, incluida aquella en que las hermanastras se cortan los dedos de los pies para calzar la zapatilla de cristal. La cultura burguesa del siglo XX sólo masificó algunos (hay muchísimos más y no todos tienen al género femenino como elemento central) y transformó a las protagonistas en seres frágiles, algo impávidos, que sólo una intervención masculina puede rescatar. Pero en realidad, todas estas heroínas nunca fueron pasivas y distintas motivaciones impulsaron sus actos. Cenicienta desobedece y asiste al baile a escondidas. A Blanca Nieves la traiciona su bondad. A Caperucita Roja, su curiosidad. La mujer de Barba Azul va en busca de la verdad incluso sabiendo que con ello pone su vida en peligro. El Príncipe Azul es una figura que, si bien es recurrente no aparece siempre, y cuando lo hace es al final, con la función de representar de manera simbólica el crecimiento y el cambio de edad: el niño desamparado consiguió ser un adulto feliz que recibe amor. 

En oposición, el pensamiento individualista del siglo XXI quiere promover la idea de que una puede –y debe salvarse sola. Para ello acude a diferentes modelos de mujeres que han destacado por alguna extraordinaria habilidad o talento. Geniales ejemplos a seguir cuando en la sala de clases estamos buscando nuestra vocación. Pero no responden las interrogantes que tiene un infante emocionalmente dañado. Todas quienes nos salvamos solas cada día, muchas desde muy temprana edad, sabemos que se puede lograr. Para nosotras, no representa un asunto de interés. Es algo que ocurre, lo hacemos, es rutina. Nos guste o no. Pero me pregunto si no sigue siendo mejor para la humanidad la idea de ser salvados juntos. No ser salvada por alguien, sino que ser salvada con alguien. Con el otro. Con el prójimo.

El poder, como la brujería, se basa en el temor. Si se pierde el temor, se acaba el hechizo. Nuestras existencias actuales están sujetas a incertidumbre y desaliento, en un entorno despiadado que se concentró en dividirnos, que nos manipula para hacernos competir, que nos sumió en la suspicacia. Tenemos terror de perder las cosas inútiles que hemos conseguido. Tal vez entonces sea éste un buen momento para volver a echarle una mirada a las sabidurías de la tradición oral tal cual fueron enseñadas. Preguntarnos –como lo hacen los pequeños  cuando comienzan a tomar conciencia de su identidad–  cuál es la verdadera razón de nuestra existencia y por qué merecemos transgredir la tragedia que se nos impone. Quizás una segunda lectura nos devuelva la ilusión, el rumbo. Nos aliente a la intrepidez con la convicción tal que, cuando suene el reloj, permaneceremos ahí, tranquilos, confiados, con la certeza que el encantamiento no tiene por qué acabarse a las doce de la noche.

Valeria Matus


* Fotografía: "Blanche-Neige ou la chute du mur de Berlin", compagnie La Cordonnerie.