jueves, 3 de agosto de 2017

La no verdad de Alejandro





 
 –A mí, lo que me revienta, dijo el sapo, son las aplanadoras.


Me gusta ese dicho. Mucho. Lo encuentro acertado. No solamente, pero también, cuando se habla de literatura. Desde que existe la televisión, pero probablemente antes, ya con la radio, a los escritores no solamente se les pide que escriban sino que, además, sean los comentaristas de sus obras. En algunos casos, es bochornoso. He visto entrevistadores que parecían no saber nada, absolutamente nada, del escritor que tenían enfrente. Incapaces hasta de decir en qué año tal obra había sido publicada. Entrevistadores que le piden al escritor que revele motivos y misterios. Como, si de alguna manera, la obra no se bastara a sí misma. Como si fuera absolutamente necesario el comentario aparte. Uno entiende que haya habido escritores que se dejaron tentar por la doble vida. El seudónimo. La mayoría de las veces, eso tiene un tiempo. Corto. Pero lo peor, lo peor de lo peor, no son los entrevistadores, son los escritores. (Con matices. Con excepciones. Hay escritores que resultan cautivantes cuando hablan de su trabajo y ese relato no parece un pobre apéndice sino una obra que se suma a las otras). Lo peor, entonces, es el escritor que sometido a estas presiones, o por razones que ahora no importa detallar, se cree obligado a hacer revelaciones trascendentales. En particular sobre la misión y/o la función de la literatura. Muchas veces esto se traduce por una oración que comienza con: “La literatura ES…” Tal o cual cosa. Yo no puedo creer que en un país que vio nacer y morir a Roberto Arlt todavía haya alguien dispuesto a sostener semejante sentencia. ¿O no se ha leído “La inutilidad de los libros”? La frasecita asesina. Certera. Esa que da, sí, directo a la mandíbula. (Habría que dejar de repetirlo, pero gueno, no seré yo).

No se ha dado usted cuenta todavía que si la gente lee, es porque espera encontrar la verdad en los libros. Y lo más que puede encontrarse en un libro es la verdad del autor, no la verdad de todos los hombres.

“El subrayado es nuestro”… Sigamos.

Como es por todos conocido, es decir en este humilde blog, yo tengo devoción por varios de esos escritores insoportables que, en ocasiones, escriben como si la verdad les hubiera sido revelada. Pero tenemos, ellos y yo, una circunstancia atenuante. Ellos vivieron en el siglo XIX. (De alguna manera, yo también). Hoy, siglo XXI, sabemos otras cosas. Han sucedido cosas. Seguimos ignorando, esperando, otras tantas. De ahí que me haya quedado prendada de una frase de Alejandro.

Alejandro Cantarella, escritor. Sus libros son editados por La Musaranga. Están disponibles en distintos lados, pero también en la más linda librería de Boedo. No voy a entrar en detalles, pero charlando con Alejandro sobre uno de sus libros (De mañana pajarito), me surgió una duda, de la duda una pregunta, de la pregunta una divagación y así, como paseando por el libro, los recuerdos, las maneras de hacer, Alejandro comentó una escena, una escena que en la vida real no había sucedido exactamente así como él la había contado. Y al repasar la secuencia, Alejandro se refirió al motivo del cambio. Y fue tan bello lo que dijo, tan bello. Una cosa tan simple. A la vez, tan certera, que bien podría haber figurado en una de esas frases que, más que frases, son como mazazos y que empiezan con “La literatura ES”. Alejandro habría podido decir que eso era el fin de la literatura y yo hubiera dicho: estoy de acuerdo. Pero no lo dijo. Así que no tengo porqué estar de acuerdo o no. Y no pienso transcribirlo tampoco, porque hacerlo, quizás, sería traicionar. La no verdad de Alejandro. Su propia manera de hacer.

Cándida